Cuando recorro el asfalto solo me acuerdo
de aquellas noches pernoctando en soledad,
con las estrellas como luces brillando;
luciérnagas quietas dibujando las líneas
de la vida en las palmas de las manos.
El algodón se volvió amargo
como un café dejado a medias
en una despedida que ha sido
pero realmente no fue.
No merece la pena ser mencionada.
Quizás porque los segundos gastados ansiaban ser libres.
Quizás porque lo que sucede una mañana a la siguiente
no se conoce ni su existencia.
Quizás porque la noche muere y el amanecer se alza,
el negro nace, hace y deshace,
dibuja mil formas nuevas sobre las espaldas,
descarga piedras y pone nuevas cargas.
La noche observa como el sol renace a sus pies.
Cómo se pierde el suelo por hacer
temblar al cielo en un estruendo.
En una llegada esperada pero sin reconocer,
en una llamada que nunca se ha hecho,
en huidas en horas puntas sin consuelo,
sin saber,sin parecer.
Cuando ha desaparecido el anhelo
con todo lo demás.
Se ha hecho quieto el grito.
Se ha congelado.
Como los corazones que no vuelven
y se quieren marchar
mucho más lejos de lo esperado,
mucho más cerca de lo deseado
por siempre jamás.
Por ser humano ha intentado
encontrar la esperanza perdida
en el suelo,
en el rincón mas amargo,
en la colilla tirada sobre el terreno,
sobre los bordes de la inutilidad de esto.
Me dan ganas de escapar,
como al ajeno a nadar contracorriente
en una batalla que no va a ganar
pero recurre a la suerte.
Como los ciegos recurren a otras miradas
haciendo testigo su mirar.
Como los niños que juegan solos
hablando en idioma animal.
Me dan ganas de escapar,
pero hay clavos clavados en el cuarzo.
Es posible desgarrar los zapatos
para correr sobre cristales rotos;
para sentir en cada paso
el dolor de lo que no se va a guardar.
Aquello que almacenaba en cajones
con las fotos de la infancia.
Recuerdes tenues y dulces
carentes de importancia,
haciendo vibrar a almas sin gracia
a pieles que sin pena ni gloria se deshacen,
a jóvenes que buscan una llama
donde las cenizas se esconden.
La vida se esfuma
como aquella niebla a mil metros de altura
pegando tiros como en la segunda guerra mundial.
Hay otras batallas que ya están perdidas antes de realizarse.
Antes de que la bandera se alce
y el escudo se haga propio.
Antes de que el puño apuñale al corazón y lo desangre.
Antes que todo eso,en ese momento,
Prefiero esconderme en la cueva de Platón.
Con mi yo ausente,
sin ver la luz del sol.
Sin sentir su estandarte,
se vive mejor,