Una vez conocí a alguien
que era fuerte y segura.
Siempre acababa
consiguiendo sus metas
y se reía más fuerte que nadie.
Por dentro era frágil.
Tenía miedo de los cambios,
incluso de sus propias metas.
Era como una niña en un mundo
que desconocía por completo.
Siempre dejaba la puerta entreabierta.
Dejaba que miraran por la rendija,
pero nunca la abría del todo.
Tenía miedo al ser demasiado frágil.
Era por precaución,
por el riesgo de romperse
o de autodestrucción.
Nunca abrió la puerta,
nunca se rompió.
Tampoco fue feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario