De pequeños, revolvíamos los juguetes, de mayores revolvemos los sentimientos. Huracanamos los amaneceres quietos. Nos escondemos ante sombras que aparecen. Sentimos presencias y nos encendemos, como auroras boreales, buscando su casa de acogida, su sitio para quedarse. Entre robles, entre caminos que no tienen salida, entre muros inquebrantables. Entre ramas rotas por animales, que han aullado tres veces por semana. Entre piedras que cantan rozando la arena, a disposición de llantos en noches nubladas. Nos encendemos como estrellas encogidas, nos encendemos sin voluntad, sin mecha, sin aceite para lámparas viejas. Entre pájaros que no cambian su dirección, barcos que rompen el mar, canciones en aquel bar de cada domingo. Entre el tú y el yo,entre ellos, entre los mejores y peores días del calendario. Nos acostamos desvaneciéndonos en playas desiertas, nos mojamos del agua salada que nos seca los labios, nos miramos sin decirnos el por qué o el cómo, el qué o el cuando. Entre la brisa rozando la piel, las manos rindiéndose al calor,el temblar de párpados que calman el cantar de grillos desbocados. Desaparecemos en silencio y aparecemos, parpadeamos como nubes en el alba, que se esfuman volando,que son nómadas del desierto, pero parecen ermitaños. Que corren apuestas por si hay suerte,cuando el juego está ganado. Que no saben si buscarse cuando se han encontrado,han huido,han avisado, o han llamado al vecino del cuarto. Entre predicciones de futuro, recuerdos del pasado, respiros del presente,me ahogo un tanto y un cuanto, con puñados de cigarrillos partidos en la mano,y la mirada hacia abajo. Y que ellos cabizbajos nos digan lo que hemos errado,que el agua nos ha puesto en el sitio, y que el tiempo nos ha llamado, pero a cobro revertido.
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