Una lágrima derramó. Una lágrima. Una lágrima para darse cuenta de lo importante. Una gota surcando la nariz y boca. Un poquito de agua que nos hace pensar, que aquellas mañanas de abril no eran las mismas que en otros abriles. Una lagrimita salida del corazón, no puedo decir cual, si una mitad o la otra. La mitad derecha está perdida, la mitad izquierda es la que se queda. La mitad derecha que controla mi pie izquierdo. Qué alegoría tan fina. Aún no he encontrado expresión correcta a esa sensación de vacío, ansiedad, punzada en el pecho. A ese bucle continuo y sin fin de pensamientos que nos remueven la existencia, los días, las noches, que sacuden la almohada de golpes y de garrotazos. Aún no he buscado bien el significado a muchas palabras, y a muchos cabezazos sin culpa contra el muro de las verdades, y con culpa contra el de las razones. Copa en mano y todo arreglado. Que cada trago de alcohol me lleve en un remolino de sensaciones, recuerdos buenos y malos, y después ya me vas contando. La vida funciona así, te golpea de frente, te golpea el costado. Te hiere de mil formas diferentes, y cuando aprendes a esquivar una, recibes otro disparo. La vida ya se ha movido a mil revoluciones cuando tú empiezas girando. Somos aquel ratón que no debe pararse, que corre mientras la rueda sigue avanzando, siempre con miedo a caerse. No nos caigamos, no tentemos a la suerte, quién sabe si podremos levantarnos. La única certeza que tengo es que aunque todo se derrumbe, yo sigo aquí despierta y respirando. Aunque el día se caiga, con sus amaneceres rotos, el mundo sigue girando. Siempre girando.
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