Sólo necesito una mano.
La misma que rozó la mía para calmarme.
La misma que busca en mis brazos
un lugar donde posarse.
Una mano que la veo dibujando en el aire
la sorpresa y la ira,
el dolor y la desidia.
Es una mano.
Sin embargo, me encantaría ser
el ser vivo que se sustenta
por rozarle los dedos
que respira después
de acariciarle la palma.
Como si el suministro de mis arterias
estuviera en su dedo corazón.
Me gustaría trazar carreteras
en su línea de la vida;
borrar sus cruces,
poner estrellas,
transmitir el calor
que la mía quiere
desesperadamente inhalar.
Viviría en esa mano,
hasta en su puño cerrado
cuando el mundo es frustración.
Moriría en un último respiro,
feliz, entrelazando sus dedos.
Sabría que las heridas que tengo
son marcas de sus cutículas en mi espalda.
Es una mano, pero me toca el corazón
sin atravesarme la piel;
sin rozarme el brazo buscando su lugar.
Me toca el corazón.
Me lo cambia de sitio
y juega con el sin cesar.
Es una mano,
pero puedo llamarla hogar.
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