Tengo dos pulsos en ambas manos. Los dos aprietan con la misma intensidad. Yo no cedo, que se desgarren las manos, que pueden con ellos, con la fuerza de mil mares, en aumento, con luces que se cruzan,tormentos. Con prisiones que se acercan por un lado, por el otro, rayos y truenos. Que lo intenten, mil cadenas, veneno, buscando oraciones con las que madrugar, despertarse, lavarse las manos. Yo solo quiero volar, y lo hago. Ya no hay más encierros para los diez dedos. Ya no hay más cuerdas que aprieten muñecas, sogas que me rodeen el lecho. La cuerda está rota, y el pincel pinta otras para cuidar el rebaño, en mil colores, acuarelas. La vida está empañada en besos que no quiero, ni regalados. Ni buscados, ni encontrados, en abrazos que no se han dado, en llamadas a punto de partir. Como yo. Acostumbrada a ver como las sombras marcan el paso, se abren camino y se alejan, a ver restos de risas, despedidas intensas y viandantes muertos de sueño, se ha acabado para mí. El quedarme parada observando el mundo girando, cuando yo también quiero girar, cuando quiero correr y dejar mis sombras atrás, marcar mis pasos, llorar sobre tierra firme. Sobre arenas movedizas que me marcan finales esperados, y necesarios. Sobre estrellas guiando marineros perdidos. Esta vez soy yo la que me abro paso, no porque haya huido, no porque haya llanto. A veces necesitamos marcharnos, subirnos a un tren, abandonar las estaciones, y no ser aquél que despide al que se ha marchado. Sino el que se marcha, el que lo ha dejado todo, el que cierra la ventanilla después del último minuto. El que se sienta y cierra los ojos, esperando el siguiente destino.
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