jueves, 9 de octubre de 2014

Reflexiones (III)


Una vez me senté bajo la lluvia,a esperar un sol naciente bajo mis brazos,y a sentir el acurruco de los pájaros,silbando los dos tonos de siempre.En ese momento me sentía tan perdida,que la losa fría sobre la reposaba era el menor detalle,y el mayor se encontraba en el pensamiento. Aquello que no quiero decir por ser evitable,y a la vez causar un dolor inevitable que forma parte de este tiempo.

He presenciado a cámara lenta el tremendo espectáculo: Un romance entre el globo y la aguja,que del roce se hicieron cariño y de la punzada la explosión. A continuación,el estruendo y desmembramiento de tal,esparciendo los trozos elásticos por la estancia. La verdad,no he podido evitar sentir dicha punzada en el corazón,tierno y dulce en lo anterior,duro y frío en lo posterior,amargo y trasnochador. Se me cierran los ojos del querer,que no del soñar,pues no es el momento de sueños. Hay tanto encerrado entre cuatro paredes de huesos,que no importa que la lluvia sacuda mis manos,ni que los pájaros no se hayan despedido,pues aunque el cuerpo reside en la morada de la lluvia,mi pensamiento está en otra parte;aquella de la que no puede salir,y lucha por ello,con todas sus fuerzas.

Arroyo

Bella flor aquella que tiene miedo del arroyo,
que nunca ha probado,que nunca ha bebido de él.
La misma cuyo alimento es una luz que se esconde,
y duerme entre montaña y montaña.

Dígale a esa bella flor que pruebe,
que sus aguas jamás catarán pétalos tan dulces,
ni en el mejor sueño ni el último suspiro.

Dígale que se cobije del frío,
que en el invierno la escarcha ruge de su lamento,
eclipsando su belleza.

Tirite en las horas oscuras,
estará sometida al mando de su luna,
la hará su cuna,su hija y respiro.

Para que al amanecer no dude de la seguridad del arroyo,
y del mundo que se esconde a través de él.